Era una noche de lluvia viento y trueno aproximadamente una de la mañana en un pueblo llamado san luis de la paz. De pronto, se escucha por uno de los callejones un grito de esos que te hace estremecer y que atemoriza a cualquiera que lo escuche. A esto mi reacción inmediata es asomarme al balcón sin cuidado de mojarme en medio del terrible tormenton.
De todas las reacciones en los pobladores de aquel lugar, la mas peculiar es la de un hombre que vive en una vieja casona, a unas cuantas cuadras del sanatorio local.
En un principio, todo parece ser normal. Sin embargo, tras regresar a lo que me ocupa, siento la extraña sensacion de que algo me observa. Lo digo bien: Algo. Nunca había sentido sobre mi la mirada de algo sin vida. Quien lo haya hecho, sabe que es una sensación indescriptible. Me encuentro en una disyuntiva: ¿me vuelvo a explorar cuál es la naturaleza del fenómeno que acabo de experimentar? ¿Hago como si nada hubiera pasado y albergo la esperanza de que haya sido un evento aislado que no tendrá gran trascendencia en mi vida?
Al escuchar el lamento, la acción inmediata de nuestro personaje es apresurarse al balcón, sin el más mínimo de los cuidados presente en él, puesto que este trayecto ha hecho que su bata fina y el juego de pantuflas quedaran competamente empapados, escurridas ante el azote de agua de semejante vendabal.
Elijo una mezcla de ambas opciones: decido hacer caso al potencial de peligro del Evento y salgo despavorido, mientras rezo (sin ser creyente) por que el Evento no tenga trascendencia en mi vida.